A los suyos vino, y los suyos no le recibieron: Un análisis del rechazo y la aceptación de Jesús

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La paradoja del rechazo: ¿Por qué los suyos no le recibieron?

El pasaje de Juan 1:11-18 nos presenta una realidad desconcertante: "A los suyos vino, y los suyos no le recibieron". Esta frase, el corazón del pasaje, nos confronta con la paradoja del Mesías rechazado por su propio pueblo. No se trata simplemente de una falta de reconocimiento, sino de un rechazo profundo, una incomprensión radical de la identidad y misión de Jesús.

¿Quiénes eran "los suyos"? El contexto indica claramente que se refiere al pueblo judío, aquellos que esperaban la llegada del Mesías. Sin embargo, la imagen del Mesías que tenían en mente difería significativamente de la persona de Jesús. Esperaban un líder político y militar que los liberaría del yugo romano, un rey poderoso y victorioso. En cambio, Jesús llegó como un humilde carpintero, predicando un mensaje de amor, perdón y arrepentimiento. Esta discrepancia entre la expectativa y la realidad provocó el rechazo.

Desentrañando el significado del rechazo

El rechazo de Jesús por parte de los suyos no fue un simple malentendido. Implicaba una profunda resistencia a su mensaje de amor incondicional y a su identidad divina. Era un rechazo a cambiar sus convicciones, a repensar sus expectativas y a aceptar una realidad que desafía sus preconceptos. Se ve reflejado en la incredulidad, el orgullo y la ceguera espiritual.

Imaginemos, para comprender mejor, a un pueblo acostumbrado a la opulencia y al poder, esperando un rey que los elevara a una posición aún más privilegiada. La llegada de un hombre humilde, que hablaba de servicio y sacrificio, resultaba incomprensible e inaceptable. Este es un ejemplo que ilustra la dificultad de aceptar un mensaje que contradice nuestras expectativas y deseos.

La promesa de la filiación divina: Una respuesta al rechazo

Sin embargo, el pasaje no se queda en la amargura del rechazo. Inmediatamente, se presenta una promesa extraordinaria: "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios" (Juan 1:12). Este versículo es un rayo de esperanza en medio de la oscuridad del rechazo. La filiación divina no es un derecho por herencia o nacimiento, sino un don, un regalo ofrecido a quienes aceptan a Jesús como su Señor y Salvador.

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Es importante destacar la frase "potestad de ser hechos hijos de Dios". No es un proceso pasivo, sino una decisión activa, un compromiso personal. Recibir a Jesús implica una fe genuina, un cambio de corazón, un abandono de la vida anterior para abrazar una nueva vida en Cristo. Es un nacimiento espiritual, una nueva creación.

La naturaleza de la filiación divina

El versículo 13 aclara la naturaleza de esta filiación: "los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios". Se enfatiza que este nuevo nacimiento no se basa en la genética o en méritos humanos. Es una adopción divina, un acto de gracia pura y simple. Es un nuevo comienzo, una oportunidad para experimentar una relación íntima con Dios, un Padre amoroso que acoge a sus hijos con brazos abiertos.

Para ilustrar esto, pensemos en la adopción humana. Un niño adoptado no comparte la sangre de sus padres adoptivos, pero es miembro pleno de su familia. Del mismo modo, los hijos de Dios, mediante la fe en Cristo, forman parte de la familia divina, sin importar su origen o pasado. Es una familia basada en el amor, la gracia y la aceptación incondicional.

Jesús: El Verbo encarnado, fuente de gracia

El pasaje continúa describiendo la encarnación de Jesús: "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros" (Juan 1:14). Jesús, el Verbo de Dios, la Palabra eterna, se hizo hombre, habitó entre nosotros, mostrando la gloria de Dios de una manera accesible e incomprensible hasta entonces.

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Su encarnación es el evento central que permite la experiencia de la gloria divina, "llena de gracia y de verdad". Jesús, con su vida, su ministerio, sus enseñanzas y su sacrificio en la cruz, revela la naturaleza de Dios, su amor, su compasión y su justicia. A través de Él, la humanidad puede conocer a Dios de una manera personal e íntima.

El testimonio de Juan el Bautista y la plenitud de Jesús

El testimonio de Juan el Bautista confirma la identidad y la divinidad de Jesús: "Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo" (Juan 1:15). Juan, precursor de Jesús, reconoce su superioridad, su preexistencia y su papel como el Mesías prometido.

La plenitud de Jesús es la fuente inagotable de gracia para todos los creyentes: "Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia" (Juan 1:16). Jesús es el manantial de gracia, una fuente que nunca se seca. Su gracia se derrama sobre todos aquellos que se acercan a Él con fe, ofreciendo perdón, sanidad, esperanza y vida eterna.

La revelación final: Conociendo a Dios a través de Jesús

El pasaje culmina con la afirmación: "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (Juan 1:18). Jesús es la revelación plena de Dios. A través de su vida, muerte y resurrección, podemos comprender el amor, la misericordia y la justicia de Dios de una forma que nunca antes había sido posible.

En resumen, el pasaje de Juan 1:11-18 nos muestra el contraste entre el rechazo y la aceptación de Jesús. "A los suyos vino, y los suyos no le recibieron" nos recuerda la ceguera espiritual que puede impedirnos reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas. Pero también nos ofrece la promesa de la filiación divina, un don gratuito para aquellos que creen en Jesús, la revelación plena del Padre, y la fuente inagotable de su gracia.

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¿A quién se refiere "los suyos" en Juan 1:11?

El texto se refiere al pueblo judío, quienes esperaban un Mesías con características diferentes a las que Jesús presentaba.

¿Por qué rechazaron a Jesús "los suyos"?

El rechazo provino de una profunda incomprensión de la identidad y misión de Jesús. No lo reconocieron como el Mesías que esperaban.

¿Qué implica la frase "A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron"?

Implica no solo una falta de reconocimiento, sino una profunda incomprensión y rechazo de Jesús y su mensaje.

¿Qué alternativa ofrece el pasaje a quienes no recibieron a Jesús?

Ofrece la adopción divina a quienes sí le recibieron y creen en su nombre, otorgándoles la potestad de ser hechos hijos de Dios.

¿Cómo se obtiene esta filiación divina según el texto?

No es un derecho inherente, sino un don otorgado a través de la fe y la respuesta personal al mensaje de Jesús.

¿En qué se basa la filiación divina, según el pasaje?

Se basa únicamente en la gracia de Dios, no en el linaje biológico o mérito humano. Es un nuevo nacimiento espiritual en Cristo.

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